10 septiembre 2007

De los cuadernos de Leonardo

Escrito entregado en mano en el escondite secreto de las letras que la música quiere perpetuar.

Dios sabe del valor de las personas. Sabe también de las tantas palabras, no dichas en aquel momento en que atraviesan nuestra mente y nuestro corazón. Sabe también que muchos sentimientos navegan dormidos sin llegar nunca a puerto. Y sabe también que el ser humano pospone su corazón abierto siempre para alguna oportunidad especial. Mas también conoce la frustración que se siente cuando ya es tarde y lo dicho sólo recorre el viento. Pero no olvida lo imperfecto del ser humano y de las tantas máscaras que encierra este mundo. Dios conoce todo esto y más. Y en medio de lo rápido de vivir, el tiempo hace estragos y nos olvidamos de lo más cercano; olvidamos el amor. Amor del que nunca se conocerá más puro. Y cual gota contra el piso nos acerca estos días para que en ellos abracemos ese amor que sin darnos cuenta pasa, día a día, por nuestras narices. Muchas veces sentimos como tan nuestro y seguro tu amor, que olvidamos que ahí se encuentra y solemos tender nuestra mano a quien menos desea recibirla. Todas nuestras alas se abrieron gracias a tu guía, mas hoy te encuentro en mis gestos, en mi alma y en mi corazón; dudando a veces dónde yo empiezo y dónde tu terminas. Mas no tengo para ti más que palabras de agradecimiento y del más sincero amor que conocí. El mismo que de ti nació para mi. Viejo, gracias por la vida, y porque nunca tu amor flaqueó delante mío. Gracias por entender cada etapa de mi vida, gracias por tu compañía y por tus consejos, gracias por la fe que me das y por tu presencia incondicional en mi vida; y por sobre todas las cosas, gracias por ser mi viejo. Esta palabra abarca más allá de todas estas cosas que puedo escribir y que lamentablemente es muy difícil poder expresar todo lo que encierra. Te amo, viejo. Gracias por abrir mis alas.

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